La energía solar se abre paso en el país de las minas (y para las minas)

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Chile superó con creces su meta de alcanzar el 20% de producción energética de fuentes renovables para 2025. Ya va por el 31% y gran parte de ésta la aprovecha la industria extractivista.

En medio del desierto de Atacama hay 10.600 espejos mirando al cielo. Cada uno de ellos mide 140 metros cuadrados y pesa unas tres toneladas. Su función es seguir la trayectoria del sol reflejando y direccionando la radiación hacia el receptor y transformarla en energía. La planta de Concentración Solar en Potencia ocupa 1.000 hectáreas y está situada en el Cerro Dominador, en el norte de Chile. Esta es la zona con mayor nivel de incidencia solar del mundo y la primera planta termosolar de América Latina. Aquí se genera la mayor parte de energía limpia del país y, gracias a ella, el año pasado se tachó de la lista uno de los objetivos ambientales más ambiciosos que el país se había puesto cuatro años antes del plazo.

Para 2025, la meta era que el 20% de la generación eléctrica nacional tuviera su origen en energías renovables no convencionales (ERNC). Este año, el porcentaje ya ronda el 31,1%, según la Asociación Chilena de Energías Renovables y Almacenamiento (Acera); principalmente por las fotovoltaicas, que representan un 15% de estas. La cercanía del Cerro Dominador a las grandes extensiones mineras ha facilitado que esta industria se abastezca cada vez más de energía solar. En el año 2019, su uso no superaba el 3,6%, en 2020 subió a 10,50%. Y en 2021 se registró un 36,2%, un hito en el sector. Las proyecciones para el fin de este ejercicio son que roce el 50%.

El punto de inflexión fue 2013. En esta última década, los precios de la tecnología limpia se redujeron casi un 90%, una tendencia que continúa. Para Javier Jorquera Copier, analista de la Agencia Internacional de Energía, el boom de estas fuentes es multifactorial y prometedor: “Los planes de subasta liderados por los gobiernos, la contratación competitiva en el mercado eléctrico desregulado y, más recientemente, la estrategia de hidrógeno del país, están impulsando el auge de la energía solar fotovoltaica en Chile”, explica.

Aunque no se establecieron subsidios para la generación solar a gran escala, a nivel residencial hay algunos incentivos gubernamentales para que las personas instalen techos solares, como el programa de techos solares públicos o el net billing, una iniciativa que permite al ciudadano generar su propia energía, consumirla y vender sus excedentes a un precio estipulado. Constanza Levicán, ingeniera civil eléctrica y fundadora de Suncast, una startup chilena que aplica inteligencia artificial a las ERNC, es algo más crítica con la falta de intervención estatal. “Si Chile hubiera impulsado esta industria antes, podría haberse posicionado en el sector experto y exportar sus servicios al mundo”.

A pesar de ello, Chile es de los países con la transición verde más rápida del mundo. Así lo afirma Fernando Branger, coordinador de especialistas de energía de la Agenda CAF-banco de desarrollo interamericano. Según explica, el país ha apostado por una “potente diversificación de las fuentes energéticas” a raíz de una mayor concienciación en torno al calentamiento global y a los objetivos internacionales de reducción de emisiones. “Y es que encima tienen los recursos. Igual que su tierra es buena para los vinos, también lo es para generar energía solar”, explica por videollamada. “La industria minera ha jalado la inclusión de estas y, además, existen instrumentos financieros que compensan que la solar no funcione de noche.

Aunque las condiciones son óptimas –la irradiación solar media en el desierto de Atacama es aproximadamente el doble de la irradiación media en España–, Álvaro Lorca, profesor de ingeniería en la Universidad Católica de Chile y miembro del Departamento de Ingeniería Eléctrica coincide en la importancia que ha tenido el cambio en la narrativa en torno a las emisiones y el cambio climático. “Existe un esfuerzo real por lograr esa transición. Y también por acabar con el carbón”, explica. La meta del Gobierno es eliminar esta fuente para 2040 y “todo apunta a que se podría sustituir por solar. Hoy día ya es competitivo en el mercado”, añade.

Lograr un tercio de energías limpias en tan poco tiempo hace tangible una apuesta por la sostenibilidad. De hecho, la nueva Política Energética Nacional es aún más ambiciosa y aspira a que en 2030 se alcance el 80%; una meta “viable”, de acuerdo a los expertos. Así, Chile es quien marca la senda en un continente con el 61% de la capacidad de generación de las mismas, según la Organización latinoamericana de energía (Olade).

Las energías solar y eólica presentan, sin embargo, un desafío importante: la transmisión de la producción en zonas soleadas y ventosas hasta los centros de mayor demanda, que en el caso de Chile no coinciden geográficamente. “Las plantas solares fotovoltaicas del norte no han podido inyectar electricidad al sistema a su máximo potencial, debido a la falta de capacidad de transmisión. La lenta expansión de esta infraestructura ha provocado retrasos en los proyectos en el pasado y podría frenar el ritmo de expansión en un futuro próximo”, advierte Jorquera.

La solución más viable para paliar esta carencia pasa por invertir en baterías que almacenen la producción para las noches y así evitar los vertimientos o desperdicios. “Ese es el siguiente paso. Chile requerirá regulaciones más precisas y corregir algunas ineficiencias”, dice Branger. Esos, apunta, deberán ser los siguientes pasos si Chile quiere seguir llevando la delantera en esta energía renovable.